Relación de pareja y realidades

34606693451-1374408285En las relaciones de pareja no hay buenos y malos, culpables o inocentes, justos y pecadores. Hay dicha y desdicha. Demasiadas personas sufren aún la presión de no encajar con lo que convenimos valorar como bueno, pero ¿quién es capaz de afirmar que una cosa es mejor que otra, que una vida, es mejor que otra?. La vida es afortunadamente muy amplia y variada, y cada uno tiene sus predisposiciones y singularidad. Hay personas hechas para vivir con la misma pareja toda la vida, otras para tener varias parejas, otras tienen amantes, otras para ser monjes o monjas. Cada uno debe respetar su original forma de ser, y no tratar por todos los medios de encajar en un modelo ideal de relación de pareja. Lo importante es la aceptación amorosa de uno mismo y de la propia singularidad.

La pareja se sostiene bien en tanto en cuanto nos provee de desarrollo y crecimiento, de motivación e impulso. O sea, en tanto sigue siendo interesante para nuestro propio camino de realización y nos permite ir abriendo el corazón, más y más. Sucede a menudo, cuando la pareja camina y se desarrolla y pasa el tiempo, uno de los dos, o los dos, siente que eso ya no es suficiente, que vive en una cárcel demasiado cómoda, y que crecer y madurar significa también atravesar sin el otro sus dificultades interiores, o entregar al otro a las suyas propias. Entonces puede suceder que uno o los dos digan: “es demasiado para mi tomar sobre mi espaldas tus dificultades y necesito retirarme”. Puede llevar crecimiento en forma de crisis, desencajes, fricción o separación.

Una gran proeza interior para todos consiste en comprender que mejor y peor son conceptos de la mente, no de la realidad. Comprender que el pleno respeto del otro y hacia el otro se plasma cuando sentimos que el otro, cualquier otro, es idéntico a nosotros para la vida, lo calienta el mismo sol y lo refresca la misma lluvia, con independencia de justos y pecadores. A menudo en el campo de la pareja los perros salvajes siguen ladrando en el sótano de cada uno: miedos, tristezas, envidias, etc, todos derivados de las dificultades vividas en los vínculos amorosos tempranos. Podemos crecer mientras nos protegemos, pero nos desarrollamos especialmente cuando dejamos de hacerlo, porque el verdadero crecimiento ocurre cuando uno se enfrenta a aquello que teme o a aquello de lo que cree adolecer.

Para un hijo lo más difícil de soportar es que los padres no estén bien, o sufra, o carguen con culpas, penas o duelos, o no deseen vivir o no estén bien sujetos a la vida. En general, en lugar de respetar estos hechos, se implican en ellos y los imitan. Por lealtad o amor profundo a ellos dicen, por ejemplo: “ya que tu no pudiste ser feliz al lado de tu marido, yo tampoco lo seré”, o “prometo serviros a vosotros antes que crecer” o “prefiero morir yo antes que tu…o te sigo en tu alcoholismo…”.

Una pareja mantiene su sentido mientras siga siendo nutritiva, creativa, y un campo abonado para acoger los movimientos del alma profunda de sus miembros, pero deja de tenerlo cuando no es así.

En este caso hay que afrontar, tarde o temprano, la ruptura. Y el valor y el arte para la ruptura son tan cruciales como el coraje y el arte para la unión. Hay que rendirse, soltar lastre, desapegar, aceptar.

Aquí rendirse significa dejarse llevar en brazos de una voluntad más grande que la propia, de un destino mayor, para que el dolor sea posible y nos dirija en otra dirección. Rendirse es el acto más humano de todos, porque nos enseña los límites, aquello que se nos posibilita y aquello que se nos niega; aquello que no es posible a pesar del amor y aquello que es posible más allá del amor.

En casi todas las parejas podemos rastrear la presencia del amor en alguna de sus manifestaciones: pasión, ternura, deseo, amistad, cuidado, compromiso… Sin embargo, para el bienestar y estabilidad en la relación, para que hay dicha, el amor no es suficiente. De hecho, la mayoría de las parejas que se separan lo hacen a pesar del amor, a pesar de que se quieren, pues sucede que no encuentran modos de gestionar su amor de manera que fermente la dicha. Muchos asuntos influyen en ello: caminos personales legítimos pero divergentes, destinos muy marcados en uno o ambos, pautas de relación tortuosas, limites e implicaciones en el alma de las familias originales, vínculos anteriores que debilitan, hechos de la pareja no integrados, creencias, etc.

 

El corazón tiembla. La imagen interior de muchas personas no es tanto la de ser pareja como la de tener pareja. Y esto marca una diferencia de tono nada desdeñable en nuestra atmósfera interior y en nuestro movimiento hacia ella. Deberíamos preguntarnos si nos educamos y crecemos con la idea de ser pareja y cultivar en nosotros los valores de ser un verdadero compañero/a, o más bien pensamos en términos de llenar un vacío y de conseguir compañía con la perspectiva falaz, de encontrar ahí la felicidad.

Cuando el corazón tiembla, ayuda recordar que no estamos solos. Las personas hacemos lo que podemos para manejar nuestros asuntos pero hay momentos en los que se necesita una entrega mayor, como si tuviéramos que aceptar la idea de que una sabiduría más grande se ocupa de las tramas de las cosas y que podemos confiarnos a ella, y que no estamos solos. Especialmente cuando todo se derrumba o reorientamos nuestra vida. Esto es algo que a veces nos alcanza en el cuerpo como un conocimiento ineludible que nos guía, aunque sea difícil de entender para nuestra mente y nuestra voluntad. Nos encontramos en la necesidad de rendirnos, ante lo que nos exige, ante lo que no fue posible, ante lo que se deseó mucho y no se obtuvo, ante lo que sí se obtuvo y luego se fue desprendiendo. Nos topamos al fin con la humildad, el aroma básico de la rendición y de una vida lograda aun con grietas (o gracias a ellas). Para bien o para mal, grandes pérdidas en un nivel son grandes ganancias en el plano del espíritu, o al revés, lo que parecen grandes ganancias en un nivel son grandes pérdidas en nuestra alma.

Dice Hellinger: “algunos están atados/apegados, como un niño/a a su padre/madre, y si en el camino no siguen juntos y se intuye la separación, tienen un sufrimiento irreal, exagerado que procede del pasado, pero entre adultos la separación no es ninguna catástrofe. Sólo lo es para el niño que pierde a un padre. Los adultos, una vez separados claramente, los dos tienen un nuevo futuro”.

Es importante aceptar nuestra historia afectiva. Atravesando un proceso emocional arduo, amándolo todo tal y como fue e incluyendo todo lo que nos tocó vivir. Debemos evitar en caer en posiciones débiles, como el victimismo o el resentimiento, de las que algunas personas abusan en vez responsabilizarse. La gratitud los mitiga. A lo único que debemos renunciar es a sacarle partido a nuestro sufrimiento.

Hay personas que pretenden cerrar el pasado con mucho resentimiento, con mucha amargura. Y entonces tratan de construir un edificio sobre cenizas y ruinas, y este edificio siempre es débil. Lo nuevo se construye sobre lo viejo cuando lo viejo no son ruinas y cadáveres, sino buenos cimientos de amor, respeto, valoración y gratitud. Una relación posterior se debe construir sobre lo bueno y el amor de la anterior. Es importante otorgar un buen lugar a las parejas anteriores. Un proceso de ruptura se completa cuando podemos mirar atrás en paz, damos gracias internamente a la expareja, reconocemos lo que hubo y dejamos libre al otro, y le alojamos en el lugar interior de los vínculos significativos en nuestra alma.

Podremos con ello, lo superaremos fortalecidos y con el corazón abierto. Estamos preparados para afrontar los retos emocionales que se nos presenten en el trayecto. En el mundo de la pareja aprendemos que, en contra de lo que tal vez un día sentimos, si podemos vivir sin el otro.  Lo sano es poder vivir sin cargar a otro la responsabilidad de nuestra vida, y sin que nos cargue con la suya.

He conocido a personas que han tenido que realizar una profunda rendición, la entrega absoluta a destinos impredecibles. Y lograron realizar ese movimiento espiritual interno. Respeto su vida. Cualquier vida tal y como es me parece respetable. Como profesional he visto sufrir a demasiadas personas por no encajar en la teoría de cómo deberían vivir su vida. Rumi decía:

El ser humano es como un albergue. Cada mañana llega alguien nuevo. Este es una alegría, este otro es tristeza, allí viene la mezquindad y aquí una chispa de conciencia. Se agradecido con quien viene, porque cada uno ha sido enviado como una guía desde el más allá.

Aquello que vivimos es necesario, nos dice Rumi, porque es algo que nos envía la Gran Inteligencia con propósitos que a menudo no comprenderemos hasta más tarde. Aceptándolo, damos un salto y en cierto modo nos sentimos guiados en nuestro particular viaje; y con conciencia, aprendemos. Entonces quizás estemos más disponibles para una pareja, pero, aún así, no sabemos si nuestro destino es permanecer solteros, o ser religiosos, o morir esta tarde. ¿Qué sabemos?. ¿Sabemos acaso si es mejor vivir o morir, tener una vida larga o una corta, estar casados o solteros? La respuesta seguramente es que cada caso es único. Lo importante es lo interior, las formas externas son variadas.

Nos pasamos buena parte de nuestra vida persiguiendo quimeras, pero sólo podemos amar en cada momento lo real, lo ideal no existe. Amar lo real nos otorga la posibilidad de ser felices.

 “El buen amor en la pareja”  por Joan Garriga, Director del Institut Gestalt de Barcelona. Psicoterapeuta, formador y especialista en C. Familiares. Introductor de Bert Hellinger en España.

 

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No es lo mismo el medio ambiente que el miedo ambiente   por J.M. Doria

Cuanto mayor es el nivel de consciencia mayor será la capacidad de diseñar nuestra vida a la carta. Según los códigos morales, éticos y el sentir profundo de nuestra esencia, cabrán múltiples matices que nos alejará de un “único diseño” de pareja. El mundo es un lugar de infinita variedad de enfoques y perspectivas. Y conforme más nos abrimos y comprendemos, más nos vemos obligados a silenciar nuestras voces radicales e incluso predicadoras. ¿Quién osa afirmar que su propio modelo de pareja es el que conviene al resto de las personas? ¿Acaso el pensar que nuestro patrón de vida es el que mejor encarna la virtud, no es una forma de fanatismo y ceguera?

Convendrá indagar en las programaciones culturales y religiosas que nos movilizan y condicionan. A partir de ahí, convendrá asimismo elegir el enfoque que queremos, al tiempo que evitamos juicios de condena hacia el modelo que cada comunidad ejerza. En realidad, la mayor parte de las personas atraviesan etapas en las que quieren despenalizar su deseo de promiscuidad o al revés, penalizarlo como sea. Ante esta situación, uno suele preguntarse si lo natural es la poligamia o la monogamia, e incluso cuál de estas dos opciones puede ser más evolucionada. Más allá de la dialéctica “naturaleza y cultura”, nos encontramos en un proceso de autoconciencia que no debería necesitar de la aprobación ajena para defender la opción que en cada persona y en cada grupo humano se ponga.

Se trata de averiguar qué es lo que cada persona realmente necesita para su particular evolución en cada diferente etapa de la vida. El hecho de averiguar desde qué parte de nosotros asumimos la opción, liberará dudas morales y así, desde la íntima certeza, viviremos más allá de las reglas culturales impuestas. Reconocer en nosotros qué modelos y valores permiten nuestro desarrollo, pertenece al ámbito de nuestra íntima responsabilidad con la vida. Un ámbito desde el que discernir desde donde nos resistimos a determinadas experiencias tan sólo por miedo, o por motivos y valores que honramos y dan sentido a nuestra vida. Sin duda una manera de asumir y madurar sin fotocopias o imitaciones artificiales que nos retrasen la salida del rebaño, y nos permitan vivir las experiencias que precisa nuestra alma.

En la civilización planetaria ya no cabe que una cultura dominante se erija como modelo ideal frente a otras “infelices y equivocadas”. Son tiempos de integración en los que reconocer y respetar diferencias e ir más allá de las conductas externas. Toca centrar el eje en la escucha interna e iluminar nuestra sombra. Lleguemos a acuerdos que reflejen aquello que cada día somos más capaces de expresar en palabras. Confiemos en nuestra verdad sin olvidar que la conducta que hoy honramos, mañana puede dar la vuelta. Si tenemos deseos legítimos que deben ser satisfechos, y ante los que nuestra pareja puede hacer muy poco, tengamos el coraje de gestionarlos.

La vieja cultura expresaba la teoría del “tres en uno” que pretende mantener el amor de familia, el amor romántico y la pasión sexual reunidos en una misma persona, y además “hasta que la muerte os separe”. Esto supone para muchos hombres y mujeres un auténtico reto, e incluso una tortura. Cada miembro de la pareja debía garantizar al otro, satisfacción plena en lo físico, emocional y mental, y además “de por vida”. Sin embargo las cosas no siempre son así de apasionantes y redondas. El vertiginoso progreso de la humanidad, conlleva cambios psicológicos, hormonales y neurológicos que rompen los viejos moldes de aquella idealizada pareja. Ante esta revolución de costumbres convendrá vaciarse de aquellos prejuicios que traten de perpetuar lo que para muchos ya no funciona.

La sexualidad evoluciona como evoluciona la vida de la persona. Se madura desde la cantidad a la calidad, y de las superficies a las profundidades del alma. Hay cada vez más necesidad de liberarnos de ideas e ideales, y bailar en las afinidades más diversas y aparentemente contradictorias. Convendrá indagar en las raíces de nuestro deseo, y comprobar cómo afecta a éste la negación, y otros factores de la propia incoherencia que primero comienzan en la mente y más tarde, van bajando a la base de nuestra realidad biológica. Tal vez si vigilamos el propósito y aceptamos lo que también somos en nuestra dimensión reptiliana, nos haremos cómplices sutiles del destino que tan a menudo escribe recto con líneas torcidas…

Más allá del rol elegido por la pareja o las experiencias que que ambos precisen para expandir sus consciencia, es muy posible que una gran parte de seres humanos no estén preparados para responder con integridad a la exclusividad que se pacta, ni tampoco se vean capaces de proponer un acuerdo de unión en régimen de “relaciones abiertas”. Es decir, relaciones en las que cada cual y por su cuenta, asuma gestionar sus propias pulsiones eróticas y particulares tendencias. En los tiempos actuales sucede todavía que cualquier propuesta de “pareja abierta”, suele desencadenar sentimientos de inseguridad en sus miembros e inquietantes temores de pérdida. Pero bien es sabido que se puede amar a la propia pareja y a su vez tener relaciones con otra u otras personas sin que la lealtad sufra merma.

Habrá que reconocer que en la mayor parte de las culturas actuales, no estamos preparados para asumir con comprensión y madurez, la llamada infidelidad sexual de nuestra pareja. Todavía esta se suele asociar no sólo a un doloroso “ya no me quiere”. En realidad en un nivel básico de desarrollo, resulta difícil asumir tales hechos sin toda la carga de menosprecio que parece acompañar. Lo que sí está claro, es que la pareja no siempre precisa de la continuidad de la pasión sexual para seguir existiendo. La pareja es un acuerdo de unión más complejo y de mayor calado que el hecho de basar su supervivencia en el tejido monógamo de las relaciones sexuales. Y desde esta perspectiva, cada cual debe evaluar el cómo responder a este tipo de situaciones con el máximo respeto y cordura. Si se pacta exclusividad sexual y no estamos preparados para ello, habrá que trabajarse en la renuncia y al sentido de la aventura erótica para recibir los frutos de una unión más honda. Y si por el contrario se pactan relaciones abiertas, habrá que vivir soltando apegos y sostenerse cuando el sentimiento de abandono y pérdida aparezcan.

¿Cómo es vivida la llamada infidelidad entre seres con consciencia expandida?

Los miembros de una pareja que participan de la dimensión transpersonal, no viven los acontecimientos de este tipo de igual manera. En realidad cada uno sabe que tan solo desde el Amor puede sostenerse la mutua mirada. Las acciones que cada cual realice serán fruto de su proceso coherente y las consecuencias se deberán asumir sin la dramatización que tanto intoxica en otros niveles de conciencia. Y aunque los vínculos son profundos y acontece dolor por procesos de pérdida, el respeto mutuo es de tal dimensión que se apuesta por crecer con lo que sucede, y desde ahí recolocar cada día la forma de vida con pareja o sin ella. Este nivel de conciencia conlleva mirar a través de las apariencias, y abrirse con atención compasiva a lo que no casualmente llega.

Y de la misma forma que desde la perspectiva existencial, la muerte nunca es una calamidad, tampoco tiene por qué ser una calamidad las crisis o la fecha de caducidad de una relación de pareja. No hay fracasos, todo son experiencias. Bien sabemos que el dolor de la separación suele desencadenar un sentimiento intenso de duelo y angustia. Sin embargo, se requiere un gran discernimiento para reconocer la dramatización que nuestra mente le añade, ya que esta es el único veneno que realmente acongoja. Dolor sí, en la medida que éste acontece y durante el tiempo que dura. Sufrimiento no. Pues sin duda éste es un constructo victimista y dramatizador que puede eludirse si somos competentes y observamos el modo en que nuestra mente funciona.

Reconozcamos nuestra responsabilidad para con nosotros mismos procediendo a erradicar el sufrimiento y superemos por tanto nuestra consiguiente incompetencia. El camino para su eliminación no es nuevo ni corresponde al mercado de soluciones mágicas. Se trata de practicar en la cultura del silencio y proceder a observar la propia mente en los procesos tóxicos que esta se monta. El desarrollo consiguiente ofrecerá sin duda una habilidad propia de la alta cultura y desde ahí nuestras relaciones estarán bañadas de la belleza y verdad que desvela la autoconsciencia.                                                                                                                     (J.M. Doria)

 

 

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