Diferencia sufrimiento/dolor
Crisis oportunas
Una cosa es el dolor natural y otra cosa es el sufrimiento que tiene más que ver con nuestra reacción o resistencia a lo que sucede.
Confundimos el sufrimiento con el dolor. El sufrimiento es un contenido enfermo.
El sufrimiento no es poético ni tiene que ver con el sentir de los místicos.
El sufrimiento es masoquista, aferrado a vivir mal, a repetir, se es adicto a ese malestar, tanto interno como externo.
El sufrimiento evita contactar con el dolor, preferimos sufrir a aceptar, observar y sentir dolor. El sufrimiento es una capa externa, es incongruente e induce a la parálisis.
El dolor es estar en contacto con lo que sentimos, con las carencias, con nuestra esencia. El dolor tiene cualidades y calidades. El sufrimiento es dramático y el dolor es silencioso, es quieto, interno, propio. El dolor es un estado de soledad, el sufrimiento quiere testigos. El camino es ir del sufrimiento al dolor. El dolor sólo requiere aceptación.
Hay que aprovechar la oportunidad de transformación profunda que brinda la crisis. A veces estas se provocan cuando uno está cerca de la muerte, cuando muere un ser querido, la cárcel, cuando se pierde todo, etc. Esos momentos no vuelven a repetirse, vienen con los ciclos de la vida. Si la crisis se presenta es el momento de darle la cara a lo irresuelto en nosotros. Una crisis moviliza toda la personalidad y tiene la fuerza e intensidad necesarias para profundizar porque todo está a flor de piel. Se ha abierto la caja de Pandora.
No podemos hacer mucho ante las decisiones que toma la vida o el universo o la naturaleza. Pero si podemos presentar una actitud frente a ellas, podemos no oponer resistencia. Resistirnos a la corriente trae un sufrimiento innecesario. No hay que hacer problemas de un “problema”. Hay muchos cuentos sufís que tratan del no nadar a contracorriente, de dejarse ir. Eso no es una actitud pasiva sino una cierta tensión para buscar el equilibrio, para sostenerse y mantenerse. No es pasividad, es una actitud de confianza y es una acción.
La capacidad de entrega es fundamental en la vida y en todo proceso terapéutico. Si uno no se entrega no se modifica nada. Si uno se pone el traje puede luchar por la vida. Pero llegar a esto es complejo, requiere años de trabajo, de observar las defensas y los mecanismos. Por eso hay una terapia profunda y otra que sólo analiza los mapas de la patología y no los de la salud. La terapia profunda sólo la pueden realizar los terapeutas que han estado al otro lado, han sido pacientes, y han realizado años de desarrollo y crecimiento vivencial, tanto en individual como e en grupos de terapia/crecimiento y técnicas y talleres especializados. Las técnicas han sido elaboradas por quienes han culminado su desarrollo personal. Un terapeuta ha de haber avanzado en ese camino. El crecimiento tiene que ser simultáneo, coherente. La técnica funciona si el terapeuta está vivo, lo que la vivifica es el desarrollo del terapeuta, es decir, las ha aplicado en el mismo, las ha vivenciado: ha tenido una experiencia que transciende lo mental, lo emocional. Un terapeuta titulado sin trabajo personal es un robot. La base de una técnica es la experiencia vivencial.
Hay que explicarle al acompañado que el trabajo lleva tiempo…que venimos al mundo a darnos cuenta en donde estamos y que este darse cuenta tiene muchas etapas. Hay un darse cuenta como niño, adolescente, como adulto, un darse cuenta como profesional, padre, esposo, etc. Un darse cuenta aquí y ahora, que sólo termina en esta forma con la muerte. El darse cuenta es el despertar que tanto mencionan los santos. Estar despierto hasta que uno deja el cuerpo, vivir en presencia continua, de eso trata la psicología profunda transpersonal y gestáltica y las grandes tradiciones. En eso consiste el crecimiento.
El participante tiene que volcarse en sí mismo, hacia dentro. Y el terapeuta es un acompañante, con su presencia, se convierte en un vigía, en guía, en un mapa. El es el guía que conoce el territorio y da confianza al paciente. Eso no quiere decir que el avanzar por ese territorio no sea motivo de cuidado o que no existan riesgos. El terapeuta no sabe si va a haber un final “feliz”. Las posibilidades son muchas. El guía no puede garantizar el retorno a Itaca, pero eso al final no importa. Lo que importa es el camino del guerrero, del paciente. El terapeuta conoce mapas y se los muestra. El camino se conoce caminando. Se conoce por vivencia propia. El terapeuta ya hizo su recorrido, conoce su laberinto, y puede decirle y hacerle sentir que es posible salir. Puede recordarle que no es el primero ni el único que va a hacer esa Odisea. “Yo ya hice mi viaje y sé que se puede”. Y aceptamos el miedo que acompañe el viaje, lo que quitamos es la cobardía: el miedo al miedo. Los terapeutas estamos para acortar caminos que fueron largos para nosotros.
Es muy bonito ir en busca de la salud,
Pero a la mayoría les es difícil aceptar el tiempo y la atención que requiere.
La enfermedad o problema está basada en la negación del dolor. Ese es el sufrimiento. La enfermedad o el “problema” proviene de la imitación. El acompañado se está reeducando no educando. Estamos reacomodando, un mal acomodo, una distorsión. Hay incomprensión. Hay funcionamientos equivocados. Se trata de revisar y reacomodar. Es cuestión de orden. Los terapeutas estamos para acortar caminos que fueron largos para nosotros.
Queremos y pretendemos vivir cosas extraordinarias.
Lo extraordinario es vivir atento a lo ordinario.
(Texto basados en extractos de G. Borja, Terapeuta formado con Claudio Naranjo en Gestalt)
Nuestros talleres semanales y especializados se dirigen a comprender, trabajar e integrar lo que aquí se expone. Por la experiencia podemos decir que quienes tienen el valor de dar el paso encuentran respuestas y transformaciones de gran profundidad y agradecimiento.